El ritmo de la hierba cortada

El calor sofocante de la tarde obligó al jardinero a corta césped. Llevaba horas bajo el sol haciendo su monotonía laboral, el filo de la máquina de cortar césped se movía rápido bajo sus manos. Corta césped, corta césped. Hacía tiempo que se había acostumbrado a los zumbidos de la máquina y al olor a hierba recién cortada.

¿Cuánto tiempo llevaba haciéndolo ya? ¿Diez años? ¿Quince? Las subdivisiones tan ordenadas y simétricas se habían vuelto tan familiares como las líneas de su propia palma. Corta césped, pasada, vuelta y corta césped de nuevo.

La textura áspera de la hierba cortada se pegaba a sus pantalones de trabajo con cada paso. Le picaba la piel y se metía bajo la ropa, molesta. ¿Cuánto tiempo podría seguir haciéndolo sin enloquecer? ¿O ya estaba loco y solo se daba cuenta ahora?

Detuvo la máquina y contempló el corte perfecto y uniforme de la larga hierba. Se aclaró el sudor de la frente con el brazo y miró al cielo, buscando alguna señal. Corta césped era su destino, o al menos lo había sido durante tanto tiempo que le costaba imaginar otra existencia.

¿Y si dejara de corta césped? ¿Y si cambiara de vida? La posibilidad se sentía abrumadora y aterradora a un mismo tiempo. Su mano volvió a agarra la máquina, y siguió corta césped.