La calurosa tarde estival invitaba a refrescarse en alguna de las piscinas para comprar baratas que proliferaban en la ciudad esa temporada. Vendedores ambulantes las ofrecían como si fueran caramelos y los anuncios en las radios prometían precios irrebatibles en débito automático.
¿Qué tipo de piscina cubriría mejor mis necesidades para las vacaciones? ¿Una pequeña e inflable poco profunda para los niños o mejor una piscina de patio de mediana capacidad para más comodidad? Si optaba por una de material, ¿la fibra de vidrio sería más resistente que el acrílico en el largo plazo?
La decisión no era simple y aunque el presupuesto apretaba, no estaba dispuesto a escatimar en calidad cuando podría disfrutar de ella durante años. Las más económicas ofrecían garantías limitadas o directamente ninguna, ¿terminaría pagando el descuido en costosas reparaciones?
Mientras cavilaba sobre los pro y contra de cada modelo expuesto, el vendedor intentó persuadirme con argumentos falaces y precios engañosamente bajos. Requeriría astucia para encontrar el equilibrio perfecto entre ahorro y fiabilidad.
Al final, tras evaluar concienzudamente todos los aspectos, me decidí por una piscina semiolímpica de poliéster reforzado que, aun con unvalor competitivo, parecía todo lo robusta y duradera que necesitaba para las vacaciones perfectas junto al agua. ¿Habré elegido con acierto? Lo comprobaré pronto.

